sábado, 27 de octubre de 2012

Cintas de Moebius


Eran dos mujeres viejas, hechas a la soledad, que mataban el tiempo que les sobraba en miles de minutos, conversando acerca de las vicisitudes por las que pasaban dos mujeres viejas, hechas a la soledad, que mataban el tiempo conversando acerca de dos mujeres viejas.

Era una adolescente con aires de rebeldía, que había pensado asesinar a sus padres, para así poder ser una adolescente libre, rebelde, audaz, que pudiera asesinar sin pudor a sus padres, y así vivir una vida soñada, libre, rebelde, sin ataduras, que le permitiera matar a sus padres.

Escribí una carta al juez, relatándole mi decisión póstuma de escribirle una carta, que contuviera todos los detalles de mi férrea decisión de escribirle una carta.

Cuando el profesor de historia hizo girar velozmente el globo terráqueo, pensó en todos los profesores de historia que giraban en ese momento impulsados por el globo terráqueo mientras impulsaban sus globos terráqueos conteniendo profesores de historia.

El pintor decidió pintar su atelier, y aunque estaba preocupado porque no lograba el perfil exacto al autorretratarse dentro de la composición, se tranquilizó pensando que aquel pintor de la tela tampoco lograría los trazos perfectos al autorretratarse en el cuadro que enfrentaba, donde delineaba su atelier.

El viejo se lamentaba por su vida perdida, por el alcohol que lo consumía.
Al final de la última copa, lo esperaba su propia enferma imagen, y decidió beber, para olvidar que bebía, que se enfermaba, que se consumía.
Al final de la última copa, decidió morir.
Y bebió serenamente, para olvidar que moría.
Lo avergonzó su propia muerte, y bebió para olvidarla.

Se enamoró apasionadamente, y enloqueció. En sus delirios, recordó que alguna vez se había enamorado, y enloqueció pensando que ese amor era pasado, por lo que decidió volver a enamorarse. Se enamoró apasionadamente, y enloqueció.


                                                                                                      Hudson, agosto de1992

sábado, 4 de agosto de 2012

Elogio de la sudestada


Una gota de agua poderosa basta para crear un mundo y disolver la noche. G. Bachelard


El agua nos acompaña desde los relatos del Diluvio Universal. 
¿No fue Mark Twain el que nos navegó por el Mississipi cientos de veces, aguas arriba y abajo, acompañando a un pibe aventurero, a uno vagabundo y a un esclavo prófugo? ¿No siguieron escribiendo sus aguas Faulkner y otros? Por el Amazonas navegaron miles de novelas de aventuras... Pero nosotros nos sentimos lejos del agua que nos tocó en suerte. Una presencia de sudestadas que apenas nombramos.

A diferencia del Paraná, inspirador de canciones y leyendas, por donde se deslizó en un pequeño bote a la deriva el mejor cuento de Quiroga, el río de la Plata y el mar del Tuyú son casi una ausencia literaria.
El río, para los platenses, es un olor de barro y una invasión de mosquitos cada verano, y una discusión de peces muertos cada tanto. Punta Lara es la molesta vergüenza de la ciudad perfecta. Berazategui, que recibe el desagüe cloacal de todo el Gran Buenos Aires,  ya no recuerda las sombrillas del balneario de Plátanos. Plátanos recibe de Florencio Varela arroyos humeantes de ácido, los mismos que Guillermo Enrique Hudson recordara por sus aguas cristalinas en Allá lejos y hace tiempo...El río recibe de parte nuestra más residuos tóxicos que literatura.
Como contrapartida, y ahondando una relación conflictiva, el río lame con furia la costa todos los años, para recordarnos que está allí, a nuestro costado. El río no se contenta con su anchura, y debilita los pilotes y las tenues murallas. Pero qué extraño: sólo en esta orilla. Colonia de Sacramento luce orgullosa los fuertes y las casonas de otros siglos porque el río no la preocupa y la deja vivir tranquila. Las mínimas y pedregosas alturas uruguayas inclinan el río hacia aquí. Inclinan el limo y la basura y los camalotes hacia aquí.
Las aguas son una gigantesca, silenciosa, molesta presencia lateral. "Hay sudestada" guarda entre dientes un insulto, y el agua lo sabe. Pero ¿las inundaciones no tendrán que ver con esta negación del agua que nos tocó en suerte? En todo caso la culpa no es suya: es nuestra. Ella no puede cambiar, nosotros sí. Ella es incapaz de planificar sus furias, nosotros somos capaces de planificar nuestro hábitat. Pero vivimos como si el río no existiera y los elogios y la escritura escasean.

LO QUE MATA ES LA HUMEDAD
Cada vez de gotitas minúsculas, de paraguas abriéndose como un papelón sobre nuestras cabezas, cada vez de una humedad que mata, de una inundación, de un reuma imperturbable o de una alergia, nos nace espontáneamente el insulto. Inmenso. Acuífero.
-¡Campo fiero y desamparao!- dije en voz alta.
Ibamos por un pajal descolorido y duro que los caballos husmeaban despreciativamente, con algo de alarma. También yo sentía un presagio de hostilidad. -¡Campo bruto!
Y el insulto, propongo sin demasiado fundamento, es una forma de la escritura. Quizás no sea la más elegante ni la más académica. Pero es la nuestra, la que podemos. Una forma de nombrar lo que nos pasa.
Ricardo Güiraldes la aprovechó para hurgar en una belleza escurridiza: dos capítulos de Don Segundo Sombra cuentan nuestro conflicto con el paisaje buscando el orden, la belleza que podría explicar tanto olvido de Dios. 
Ya podíamos mirar para todos lados, sin divisar mas que una tierra baya y flaca, como azonzada por la fiebre...Para el lado de la mañana estaba el mar, que sólo la gente baqueana alcanzaba por entre los cangrejales...Bendito sea si me importaba algo de los detalles de aquella estancia, que parecía como tirada al olvido, sin poblaciones dignas de cristianos, sin alegría, sin gracia de Dios....
El fastidio sigue siendo el mismo. Nuestro. Húmedo. Pero alguien lo escribe, nos escribe, y el paisaje cambia. Le robo palabras a Bachelard y digo: lo que amamos por encima de todo en el paisaje  es lo que de él pueda escribirse. Lo que no puede ser escrito, ¿merece ser vivido? La literatura permite entender un lugar, una molestia, una geografía. 
Aquí, en el conflicto, en la depresión del Salado, en el río ancho, en el mar y los campos del Tuyú, la literatura nace débil, crece a los ponchazos, pero deja páginas imborrables.
Atrás de los junquillales vimos azulear una chapa de agua como de tres cuadras. Volaron bandurrias, teros reales y chajás. Parecían tener miedo y quedaron vichándonos desde el otro lado del charco. Sabían algo más que nosotros. ¿Qué?
Garúa trotó dando un rodeo, seguida por Comadreja, y bajó hacia el agua. Nosotros quedamos a orillas del pajonal.
El barro negro que rodeaba el agua parecía como picado de viruelas. Miles de agujeritos se apretaban en manada unos contra otros. Unos pocos cangrejos paseaban de perfil, como huyendo de un peligro. Me pareció que el suelo debía de sufrir como animal embichado.
Ahá- dije- un cangrejal...

EL RIO. EL MAR. EL AGUA.
Nuestro río abre generosamente su boca para tragarse el mar, y allí se pierde. La costa continúa, baja y barrosa, mientras el horizonte se azula. Dónde se acaba exactamente el Plata, es asunto de geógrafos, a los simples mortales el cangrejal nos ahorra debates,  y el río se desvanece mar sin preocupaciones limítrofes.
En Montevideo resolvieron el entuerto de manera sencilla: a las aguas de marrón contundente que cerca a los montevideanos la llaman  mar. Y punto. Quién se los discute.
De este lado el límite es un entretenimiento de cada temporada para los turistas del Tuyú: si sopla un viento estamos en el río, si sopla otro, aparece el mar.
De pronto, una franja azul entre las pendientes de dos médanos. Y repechamos la última cuesta. De abajo para arriba, surgía algo así como un doble cielo, más oscuro, que vino a asentarse en espuma blanca a poca distancia de donde estábamos.
Llegaba tan alto aquella pampa azul y lisa que no podía convencerme de que fuera agua...
Pero río o mar, la desolación es la misma. Agua de nuestro costado. Llanura sin encanto. Viento. Nada que decir, nada que escribir...
...Sentí que la soledad me corría por el espinazo, como un chorrito de agua. La noche nos perdió en la oscuridad.
Me dije que no éramos nadie...
No podía dejar yo de pensar en los cangrejales. La pampa debía sufrir por ese lado ...
Miré para arriba. Otro cangrejal, pero de luces. 
Ellos están allí. Humedad, pampa magra, agua, cangrejales. Y si casi siempre fastidian, alguna vez alguien los escribió. Quien la escribe nos regresa al agua que nos tocó en suerte, útero gigante y desconocido. Nuestra negación podría ser un festín para los sicólogos. Pero las palabras son tozudos significantes ganándoles batallas a conflictivos significados. 
Para eso está ella, la literatura. Que hoy permite este elogio de la sudestada.

 (Los textos de este artículo fueron exrtraídos de los capítulos 15 y 16 de Don Segundo Sombra)

EL DÍA de La Plata, domingo 23 de octubre de 1994.

martes, 31 de julio de 2012

Universos Posibles



El físico austríaco von Kotsch, en los laboratorios que dedicaban sus esfuerzos a la Gran Guerra, construyó accidentalmente una lente infinitamente poderosa. La adaptó a su microscopio pero no le gustó lo que vió: en el sistema orbital de los átomos, colores y formas infinitesimales reproducían con exactitud a Marte, a Júpiter, a la Tierra, a satélites y estrellas. Los movimientos, a velocidades proporcionales a los micrométricos tamaños, respetaban los ritmos planetarios alrededor de núcleos atómicos a manera de soles.
Adaptó otra lente con la que pudo observar a los seres millonésimamente humanos que habitaban una Tierra en miniatura.
Y construyó otra lente, con la que pudo estudiar las partículas atómicas, por llamarlas con alguna convención, del cosmos que acababa de poner en evidencia. Allí también se esmeraba un completísimo, pequeñísimo sistema solar.
Decidió destruir las lentes, y no pensar en un probable y gigantesco cristal que pudiera estar observándolo. Prefirió creer que somos únicos.

(Relato reconstruído a partir de las anotaciones de laboratorio del doctor Elmer von Kotsch, escritas entre 1915 y 1917. Aún hoy no se han logrado lentes con las dioptrías y las características que el físico señala, por lo que se presume que todo ha sido la elucubración de una mente desvariada, que justificó así el tiempo que no usaba en diseñar materiales bélicos).

domingo, 10 de junio de 2012

Concursos, carreras y jerarquías públicas


Propuestas para un empleo público al servicio de un proyecto de país

Por Claudia Bernazza (1)


Introducción
El presente artículo aborda uno de los temas que más se comentan en las mesas familiares y laborales vinculadas, a través de sus miembros, con el trabajo en la Administración Pública.
Tanto a nivel nacional, como provincial y municipal, existe el convencimiento de que la “carrera” de los empleados públicos es una de las buenas prácticas que se han abandonado sin razón alguna. Indagar sobre las causas que dificultan su implementación en los tres niveles de gobierno puede darnos pistas sobre las transformaciones que necesitamos en materia de empleo público.
Estas pistas servirán, asimismo, para revisar los sistemas de convocatoria, concurso y selección que hoy se aplican en los ámbitos que han conservado esta práctica (concretamente el sistema educativo y el Poder Judicial), donde un enfoque que se autodefine como meritocrático dificulta, sin embargo, la llegada de los mejores perfiles a los puestos en juego.

Empleo público: ideales y realidades
La Administración Pública está obligada, como ningún otro actor institucional o social, a cumplir con lo que expresa el artículo 16 de nuestra Constitución en cuanto a que todos los habitantes son iguales ante la ley, y admisibles en los empleos sin otra condición que la idoneidad. Sobre esta base, el régimen jurídico nacional y de las provincias plantea un sistema de convocatoria, selección e ingreso de personas al ámbito de la administración.
Sin embargo, tanto a nivel nacional, como provincial y municipal, la realidad muestra que las voluntades y convicciones expresadas en normas e iniciativas aún no logran imponerse sobre las prácticas que predominan en la cultura y la memoria de las instituciones públicas.
Ciertas afirmaciones nos resuenan desde siempre. En el empleo público no hay premios y castigos. El problema es que no se hacen concursos de cargos. Acá la carrera no existe. En las conversaciones familiares y laborales se escucha también que sólo entran los amigos, cuestión que se denuncia y al mismo tiempo se practica, disculpándose cada uno por el hecho de que todos lo hacen y por lo tanto no hay otra salida. Estos temas se revelan al interlocutor como verdades resignadas, y si bien hay responsabilidades concurrentes, la batalla cultural, ganada por el liberalismo, ha depositado en la política la principal responsabilidad, aún cuando estas desviaciones se observen también en el ámbito judicial, en organismos de control o en aquellos que se autodefinen como de naturaleza técnica.
Por otra parte, aparecen diferentes opciones contractuales tanto para cumplir con las razones que les dieron origen como para suplir la ausencia de cargos presupuestados o dinamizar los ingresos. Los cargos temporarios, las becas y las horas cátedra, por nombrar algunos ejemplos, han ganado centralidad en las plantas ministeriales, claro que al margen de los derechos que estatutos y acuerdos paritarios prevén para las plantas permanentes.

Los problemas estructurales del modelo clásico
Los sistemas de carrera han sido profusamente reglamentados. Sin embargo, poco se ha dicho sobre los problemas de implementación y perdurabilidad que conllevan. Tampoco se ha estudiado o comentado su influencia en los climas laborales.
Los sistemas de carrera clásicos tienen problemas estructurales que nadie expone abiertamente, pero que se hacen notorios cuando se observa que son rápidamente abandonados por la vía del incumplimiento o a través de acuerdos contractuales alternativos.
Esta situación nos da la oportunidad de construir una propuesta fundada en nuestras convicciones acerca del rol del Estado, la que deberemos discutir y revisar con los trabajadores públicos y sus organizaciones gremiales.
En nuestro país, el Consejo Federal de la Función Pública ha logrado elaborar, a partir del año 2003 y en el marco de reuniones sucesivas, un diagnóstico compartido entre la Nación y las provincias sobre esta situación[2]. Este diagnóstico reconoce la necesidad de fortalecer el sentido y las reglas del empleo público, especialmente en lo referido al sistema de ingreso y carrera. Las debilidades de este sistema, aún en los ámbitos donde se implementa, nos desafía a postular un modelo situado en nuestra historia y en las convicciones que nos guían como Nación autónoma.
Antes de avanzar con alguna propuesta, nos gustaría plantear algunos de los problemas estructurales más notorios del modelo clásico y de su aplicación en la Argentina:
1-      Jerarquías, vértices y carreras. El sistema de empleo público y su propuesta de un escalafón o “carrera” forman parte del modelo piramidal, jerárquico y vertical de los estados europeos clásicos, los que se traspolaron a un continente que en el siglo XIX comenzaba a organizar sus estados nacionales. Este modelo, que siempre colisionó con la manera con que nuestros pueblos pensaron su organización, no pudo poner en práctica muchos de sus dispositivos. Para este modelo, las jefaturas son la meta a alcanzar luego de “ascender en el escalafón”, lo que se funda en el supuesto de que los logros se obtienen transitando la organización “hacia arriba”. Este recorrido supone un juego competitivo e individual, que se juega contra otros en una estructura donde el escalón siguiente es siempre menor que el anterior.

A lo largo de las décadas, los aprendizajes de funcionarios y empleados sirvieron para sortear esta suerte de embudo institucional, generándose un sinfín de alternativas que permitieron superar este principio excluyente y elitista. La creación de jefaturas no del todo necesarias, la asignación de coordinaciones o el pago de funciones vía horas extras o adicionales, colaboraron con la presencia de nuevos agentes en cargos de responsabilidad y, por lo tanto, con recambios de liderazgos. A su vez, la planta temporaria permitió ingresos a partir de acuerdos más dinámicos. Claro que  el “mérito” y la “idoneidad”, aún cuando fuesen los criterios utilizados, quedaron atrapados bajo el manto de sospecha que se desplegó sobre estas opciones.

Cuando los sistemas de carrera nacionales lograron incorporar la idea de trayectorias horizontales y jefaturas temporarias, ya era demasiado tarde. La dominación económica y cultural, así como las reformas surgidas del consenso de Washington, redujeron drásticamente la capacidad estatal. Durante los 90, en un Estado que resignaba roles y privatizaba estructuras, los nuevos sistemas fueron relegados o suplantados por jubilaciones anticipadas y retiros voluntarios. Con el tiempo, los concursos pasaron a ser la excepción antes que la regla, cuando no un mero trámite administrativo.

En la actualidad, numerosas decisiones gubernamentales se orientan hacia el fortalecimiento de las funciones estatales. Este escenario nos permite retomar los debates referidos a los trabajadores y funcionarios públicos, a los que la “nueva gerencia pública” describía, no casualmente, como “recursos humanos”. Una vez reconocidos como sujetos de la gestión, su carrera cobrará especial interés, por lo que llegará el momento de analizar críticamente las formas de convocatoria y concurso que hemos idealizado y que no necesariamente responden al rol que el Estado está llamado a cumplir en un proyecto de desarrollo con inclusión social.

2-      Repudio y “regreso” de la política. El repudio de la política como elemento constituyente de los estados y sus administraciones fue alentado por los grupos económicos que favorecieron los golpes militares y las decisiones “desde afuera”. Por su parte, el orden administrativo clásico fue funcional a los gobiernos autoritarios, tal como explica magistralmente Guillermo O´Donnell[3].

A partir del año 2003, la política, si bien no logra hacerse de todos los comandos de la administración, alcanza a reclamar para sí la expresión del proyecto de gobierno. Este proyecto necesita de actores comprometidos con su ejecución, lo que pone en crisis la idea de trabajo horario y desafectado en nombre de una mayor dedicación a la familia o el ocio. Participar activamente de un proyecto, es, para la política, el mejor compromiso que puede asumirse con la familia y con uno mismo. Una administración concebida sólo desde la razón instrumental resistirá esta concepción, mientras que para el cuerpo político del Estado esta idea será central.

Este desencuentro produce una suerte de postergación de toda discusión referida a la naturaleza del empleo público. En el seno de las organizaciones gremiales, la ausencia de un debate de estas características posterga el diseño de propuestas novedosas y creativas referidas al desarrollo laboral.

3-      Ganadores y perdedores. Pero aún cuando gremios, funcionarios o grupos de agentes públicos logran pautar condiciones de carrera y concurso, su puesta en marcha genera nuevas y más profundas frustraciones. En primer lugar, la falta de práctica y la ausencia de memoria institucional referida al tema genera un clima de tensiones y conflictos poco propicio para portar una mirada integral y colaborativa. Por otra parte, y aún cuando se pusiera el mayor empeño en generar climas favorables, las concepciones dominantes teñirán el proceso del sesgo individual y competitivo propio de la modernidad capitalista. Muy pocos alcanzarán el status jerárquico anhelado por el conjunto. El clima institucional estará dominado por el ánimo de los “perdedores”, mientras la alegría de los “vencedores” será efímera e incompleta. Así las cosas, los reclamos para la realización de concursos son una excelente oportunidad para debatir estos problemas y acordar el conjunto de dispositivos de reconocimiento laboral.

De las carreras individuales a las trayectorias colectivas
¿Por qué no abandonar la idea de que estamos corriendo una “carrera”? Una carrera supone el recorrido de una pista establecida para llegar a una única meta, sin opciones ni alternativas. Tanto el concepto de “carrera universitaria” como el de “carrera profesional” asumen este significado, al suponer que los estudios y los logros laborales son hitos en un camino que esperamos coronar con el status que el entorno reconoce como punto de llegada.
Asimismo, el concepto “carrera profesional administrativa” aleja al trabajador público de la verdadera naturaleza de su rol. La idea de “trabajo” es reemplazada por la idea de “profesión”, entendida como una especialización referida a una ciencia o un arte. Desde un enfoque liberal, remite a una actividad individual. Finalmente, el concepto general reduce el trabajo público a acciones de administración.
Si pudiéramos pensar nuestro paso por la gestión pública como un recorrido colectivo cuyos hitos más relevantes no necesariamente están situados “arriba” o “adelante”, todos los trabajadores públicos tendrían chance en una organización que reconocería sus perfiles y aprendizajes. Desde este enfoque, los desarrollos no estarían vinculados a la ocupación de jefaturas o a itinerarios prefijados, sino al reconocimiento de acciones y labores por parte de compañeros y destinatarios del proyecto institucional en marcha.
Este giro conceptual pone en debate las propuestas que se reiteran toda vez que se plantea la mejora del empleo público. De hecho, un trabajador con una trayectoria rica en experiencias, destrezas o compromisos asumidos puede tener una categoría –y por lo tanto un nivel salarial- superior a quien está ejerciendo circunstancialmente funciones jerárquicas en ese mismo equipo. Los sistemas más avanzados ya reconocen esta situación, como así también que las jefaturas y responsabilidades se concursen para su ejercicio temporal, lo que transparenta –finalmente- que toda organización jerárquica reporta a un proyecto de gobierno. Esto no significa despreciar saberes, sino darle su lugar a la política. A pesar de estos avances, los “vértices” siguen percibiéndose como la única meta a alcanzar por el conjunto.
Si logramos dar la batalla cultural al interior del propio Estado, las jefaturas no prevalecerán sobre los equipos ni sobre los roles que estos equipos asignen a sus integrantes. Las funciones jerárquicas serán servicios a cumplir en períodos determinados, y surgirán de acuerdos donde se tendrán en cuenta indicadores referidos a la experiencia y la actitud, pero sobre todo al compromiso y las convicciones en torno a la política pública a implementar. Algunos integrantes, incluso, desistirán de roles de conducción a fin de abocarse a tareas especiales o de apoyo, lo que también deberá ser reconocido.
Si estos equipos revisan su accionar a la luz del proyecto que los convoca, podrán acordar los recorridos a cumplir por cada uno de sus integrantes. Ese recorrido reconocerá los saberes obtenidos en el sistema formal o a través de la experiencia, siempre que expresen vocación por lo público.
Finalmente, para avanzar en este campo, deberemos recuperar, fortalecer e innovar las áreas de personal, porque para incorporar una dimensión ética y un enfoque colaborativo en los procesos de selección y desarrollo de agentes públicos será necesario dejar de lado tanto los concursos rígidos y tecnocráticos como las convocatorias discrecionales.
Como punto de partida, habrá que reconocer el conjunto de prácticas, prejuicios y obstinaciones que aporta cada sector involucrado, los que muchas veces no nos permiten imaginar un Estado diferente.

La Plata, mayo de 2012.
Publicado en: Boletín Pograma Estado y Políticas Públicas Nº 50, Flacso ARGENTINA.



[1] Ingeniera agrónoma. Doctora en Ciencias Sociales (FLACSO). Integrante del Consejo de Expertos en Gestión Pública, Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación.
[2] CONSEJO FEDERAL DE LA FUNCIÓN PÚBLICA (CFFP): Principios y recomendaciones para una carrera profesional administrativa en las administraciones provinciales de la República Argentina. Comisión de Empleo Público y Carrera, Mendoza, noviembre de 2006. Principios y recomendaciones para las negociaciones colectivas entre el Estado y sus trabajadores. Comisión de Empleo Público y Carrera, San Luis, octubre de 2007.
[3] Guillermo O´ Donnell (1982): El estado burocrático autoritario. Buenos Aires: Ediciones De Belgrano.

viernes, 30 de marzo de 2012

Malvinas y el viento de la historia

Como brisa primero, como ráfagas después, la historia argentina se va develando ante nuestros ojos como un presente vivo, a revisar, discutir y resolver.
La agenda pública se va cargando de temas, y lo que resulta apasionante es el hilo conductor que los une en una trayectoria histórica a recorrer y revisar.
El golpe genocida, que hoy definimos sin dudar como cívico - militar, abrió el camino de la reescritura. Los juicios, las condenas, los relatos que aparecen en reportajes y audiovisuales, el recuerdo de la noche de los lápices, la jornada vivida el 24 de marzo pasado acompañando la lucha de las Madres y Abuelas que asombra a la región y al mundo, echan luz sobre lo que habíamos guardado en un pasado del que nos avergonzábamos. Muchos ciudadanos de a pie, alejados de la política a partir de una contundente derrota cultural, se asumían espectadores de un tema del que se ocupaban los grupos de derechos humanos. Ese tiempo terminó, y los argentinos afrontamos colectivamente esta terapia del desandar, contar, resolver y seguir. Y mal que le pese a algún periodista que declaró su hastío, esta revisión no se detiene.
Por el correlato de las fechas pero también siguiendo la línea histórica, es el tiempo de Malvinas. Este dos de abril está pariendo una revisión, Informe Rattenbach mediante. Allí también queremos llegar al hueso.
Recordar qué es la Patria para nosotros, qué son las islas, por qué las amamos de esta manera, para enfrentar definitivamente la locura militar y el envío de tropas de chiquilines sin preparación ni plan operativo. Ellos nos miran hoy desde su adultez, desde sus suicidios, y nos piden explicaciones que hoy estamos dispuestos a encontrar.
Se vienen tiempos de revisiones, ya no hay dudas.
Al tema Malvinas le seguirán los temas de aquella democracia que pactó con los carapintadas, así como el tema de un movimiento popular que llegó al poder y lo traicionó perfeccionando el programa liberal. Llegará el tiempo de revisar la ley 23.696 de Reforma del Estado, que en nombre de la lucha contra la burocracia vendió el patrimonio nacional al mejor postor. Revisaremos la claudicación de la política, así como el silencio cómplice de sectores de un partido y un movimiento al que pertenecemos millones de argentinos.
El clima cultural es propicio para este viento de la historia. También son propicias las decisiones que viene tomando en este campo el Poder Ejecutivo. La revisión de los códigos, la conciencia de su historicidad, comprobar la posibilidad siempre abierta de reformarlos y adecuarlos a los tiempos que corren, nos vuelve protagonistas de las leyes que creíamos dictadas por un ser superior y todopoderoso.
Llegará el tiempo de la Constitución y su matriz liberal. Del vergonzante olvido de la Constitución del 49, cuya anulación barrió con la legalidad en nombre de la legalidad.
Pero los seres humanos, como seres históricos, sabemos que hay un tiempo para cada cosa.
Hoy es tiempo de Malvinas.

miércoles, 7 de marzo de 2012

INSTRUCCIONES PARA PASEAR POR LA PLATA

Camine por el bosque.
Despreocúpese de un olor a caño de escape que emana de las magnolias.
Desconozca grutas descoloridas, museos altisonantes, observatorios apuntando al cielo desde la geometría del mundo.
No le tema al rugido del león, él está ahí, abrigadito en su jaula, escribiendo su carta a otro. Rezonga, nomás. Siga de largo.
Pero retenga el aliento, grite, cante, escriba tórridos sonetos cuando la ciudad le presente el lugar venerado por su pueblo, mal que a ella le pese.
Un trajinado lugar de corazones como banderas.
El lugar de los márgenes, de la basura, de los lobos feroces, de los negros de mierda.
El lugar de todas las batallas perdidas, menos una.
La cancha de Gimnasia.

Wilson Molina

Es contradicción tu propio nombre,
Wilson Molina.
Vieja raza nuestra
explosiva infancia,
puro inca
que estalla en una Buenos Aires
desconocida.

Me inclino ante tu nombre,
Wilson Molina.
Hijo travieso de la tierra
que traspasó el infierno sin quedarse.
Ya no hay nada de pecado en tus locuras,
porque todas te salen mal.
Y así entrás, por caminos poco celestiales
al potrero de los ángeles de barrio
con tu aliento entrecortado y sin verdades.

Te hiciste atorrante
en calles poco propensas a lo incaico.
Entonces se encontraron,
-tenaz batalla-
la fuerza de Tupac
y la gomera,
la gloria del guerrero
y el afano,
el altar del sacrificio
y la puteada en un juego de bolitas,
el enigma de los quipus
y unas zapatillas agujereadas
pisando el charco fatal de la paliza.

¿Cómo contener tanta energía
en los suburbios del cartón y de la chapa?
Ya no hay Puertas del Sol
ni caminos a Dios entre la selva,
Wilson Molina.
Si es el inca que vuelve y no se halla
si es el río de la Plata que lo asfixia.

Es el gran Buenos Aires que no tiene
ni siquiera
la soberbia de antinguas chimeneas
-viejas armas contra la barbarie andina-

Por qué empujar a un niño
puro Bolivia
pura montaña y Potosí y tierra en llamas
al abismo de llanuras
de barro y poca plata
entre maestras que no saben lo que pasa
y buscan al culpable y lo señalan:
será Wilson Molina
(que no alcanza objetivos
Y colma la paciencia
de la pedagogía
subiéndose a los techos de la escuela.
Es el viejo Machu Pichu que te espera
y a tu generación
se le prohibió la cita).

Será equivocación
tu original manera
y salirte del abrazo
tus afectos
y escribir mal y poco
tu sabiduría.

Te quiero tanto que regreso hasta tu nombre
Wilson Molina,
viejo sueño
del imperio que despierta entre tus juegos.

Wilson que hace puntería
al centro de la pacha mama con bolitas
y al vuelo de su pueblo
con gomera.

Y le acierta (queda de señal un vidrio roto)
a la vida.

Berazategui, 1988.

COLONIA DE SACRAMENTO

Mariquita sale chillando como un fuego de su habitación. Grita sus caprichos pero los mayores no le entienden tanta queja entreverada. Cada vez que le sucede así se refugia en la levita de don Rafael, porque su abuelo tiene un oído lento que aquieta los gritos. Don Rafael la escucha, cómo no, si es ella.
Mariquita.
Que le dice, no la oigo pero lo sé, que yo me he puesto sus encajes, y que me ando pavoneando con su abanico. Y que me encontró en su habitación y que me quiso arrancar las motas pero yo le mordí.
El blanquísimo brazo.
Y le muestra mis marcas y me sonrío debajo del abanico. Claro que Mariquita no entiende por qué don Rafael, que la adora, no corre a castigarme. Ni siquiera a encerrarme en la piecita. Ni siquiera a mirarme con los ojos duros de quién manda en esta casa. Porque aquí el padre apenas si viene y la abuela apenas si murmulla. Pero él.
Ay, don Rafael. Usté sabe que yo sé.
Bien mirado el asunto es así: yo podría ser Mariquita pero soy su noche. Ella y yo catorce años.
Catorce años de casona de la Colonia, casi sin salir el fuerte. Las dos. Yo con mucho más soles en las piedras de la orilla, quemada sobre negro blanqueando sus enaguas. Juro que he visto Buenos Aires mientras lavaba sus faldas.
Yo Sacramento, como la colonia.
Y ella Mariquita, rosadas manos que no hacen nada.
Hijas de una casa que nos vio nacer al mismo tiempo, un verano incómodo para la familia.
Porque don Rafael sabía, y su señora esposa sabía, y su señora nuera, que Dios la tenga en su gloria, también sabía. Quién no lo sabía, hace catorce años. Que a don Rafael le nacía una nieta en la nochebuena y una hija en la navidad.
En la habitación que da a la calle, la nieta.
En la trastienda de la casona, la hija. Del vientre de Juramento, de la negra panza de piel tirante que don Rafael buscaba perdido de aburrimiento en las siestas sin guerra de la colonia. Y él no lo sabe, pero sospecha, que Juramento se lo ha contado a su niña mestiza.
Usté sospeche, don Rafael, que va por buen camino.
Y déjeme nomás que le use hoy los vestidos a la Mariquita, eso casi no es daño. Y déjeme reírme detrás del abanico, que Mariquita lo cansará de risas cuando ande mujereando.
Yo apenas esto. Sin miedo de usté.
Que sabe que soy lo que no puedo ser. Lo que apenas alcanza para menos golpes. Para algún permiso.
Ya habrá tiempo después para el otro miedo, ay el otro, que vendrá con los años.
Cuando nadie respete sus caprichos de viejo que se ablanda por una hija con motas.
Cuando usté ya no esté don Rafael.
Cuando Mariquita aún no sepa, ni le importe saber.
Y yo.
Y yo sea.
Una natural de la morenada de la Colonia del Sacramento junto al río.
La que jura haber visto Buenos Aires.
Haber sido la hija del señor.
Y todo para la risa de una ronda de negras que lavan en la orilla.

Colonia de Sacramento, 1989.