domingo, 9 de octubre de 2016

(In)significantes


Cuando cocino, o sea muy pocas veces, y rallo una zanahoria o pico una cebolla o corto cubitos de papa, siempre hay una hebra que resbala hacia la mesada o el piso, un cubo de papa que salta por los aires para caer detrás, justo detrás y bien detrás, de la cocina. Cuando cocino, justo cuando cocino, justo cuando el deleite no es pantalla ni teléfono ni viaje, una cinta de zanahoria cae donde no debe y un cuadradito de ají hace trampolín desde la fuente.
Entonces comienza el juego: voy al rescate de las ovejas perdidas. Las busco hasta encontrarlas, las pongo bajo la canilla, regreso cada ingrediente a la manada.
Y cuando el plato llega a la mesa, cuando un hijo suelta un "qué rico" me pregunto. Siempre me pregunto. Esa cinta de zanahoria, ese cubo de papa que lavé y repuse, ese retazo de ají que salvé de la basura... ¿no habrán hecho la diferencia? ¿Están, en ese exacto mediodía, dentro del elogio?



Esa insignificancia de la gota me conmueve.
Y cuando regresa al mar me redefine.
Lo perdido rescatado, lo insignificante significado, sumado al sabor del mediodía.



Somos esa cinta a punto de perderse en el rincón de la pelusa. Pero un dios o una diosa, una causa, siempre una causa, nos busca y nos encuentra, nos rescata y nos bautiza para que digamos lo nuestro, hagamos lo nuestro, en la bandeja de vida que se sirve cada día en esta Tierra.