viernes, 30 de marzo de 2012

Malvinas y el viento de la historia

Como brisa primero, como ráfagas después, la historia argentina se va develando ante nuestros ojos como un presente vivo, a revisar, discutir y resolver.
La agenda pública se va cargando de temas, y lo que resulta apasionante es el hilo conductor que los une en una trayectoria histórica a recorrer y revisar.
El golpe genocida, que hoy definimos sin dudar como cívico - militar, abrió el camino de la reescritura. Los juicios, las condenas, los relatos que aparecen en reportajes y audiovisuales, el recuerdo de la noche de los lápices, la jornada vivida el 24 de marzo pasado acompañando la lucha de las Madres y Abuelas que asombra a la región y al mundo, echan luz sobre lo que habíamos guardado en un pasado del que nos avergonzábamos. Muchos ciudadanos de a pie, alejados de la política a partir de una contundente derrota cultural, se asumían espectadores de un tema del que se ocupaban los grupos de derechos humanos. Ese tiempo terminó, y los argentinos afrontamos colectivamente esta terapia del desandar, contar, resolver y seguir. Y mal que le pese a algún periodista que declaró su hastío, esta revisión no se detiene.
Por el correlato de las fechas pero también siguiendo la línea histórica, es el tiempo de Malvinas. Este dos de abril está pariendo una revisión, Informe Rattenbach mediante. Allí también queremos llegar al hueso.
Recordar qué es la Patria para nosotros, qué son las islas, por qué las amamos de esta manera, para enfrentar definitivamente la locura militar y el envío de tropas de chiquilines sin preparación ni plan operativo. Ellos nos miran hoy desde su adultez, desde sus suicidios, y nos piden explicaciones que hoy estamos dispuestos a encontrar.
Se vienen tiempos de revisiones, ya no hay dudas.
Al tema Malvinas le seguirán los temas de aquella democracia que pactó con los carapintadas, así como el tema de un movimiento popular que llegó al poder y lo traicionó perfeccionando el programa liberal. Llegará el tiempo de revisar la ley 23.696 de Reforma del Estado, que en nombre de la lucha contra la burocracia vendió el patrimonio nacional al mejor postor. Revisaremos la claudicación de la política, así como el silencio cómplice de sectores de un partido y un movimiento al que pertenecemos millones de argentinos.
El clima cultural es propicio para este viento de la historia. También son propicias las decisiones que viene tomando en este campo el Poder Ejecutivo. La revisión de los códigos, la conciencia de su historicidad, comprobar la posibilidad siempre abierta de reformarlos y adecuarlos a los tiempos que corren, nos vuelve protagonistas de las leyes que creíamos dictadas por un ser superior y todopoderoso.
Llegará el tiempo de la Constitución y su matriz liberal. Del vergonzante olvido de la Constitución del 49, cuya anulación barrió con la legalidad en nombre de la legalidad.
Pero los seres humanos, como seres históricos, sabemos que hay un tiempo para cada cosa.
Hoy es tiempo de Malvinas.

miércoles, 7 de marzo de 2012

INSTRUCCIONES PARA PASEAR POR LA PLATA

Camine por el bosque.
Despreocúpese de un olor a caño de escape que emana de las magnolias.
Desconozca grutas descoloridas, museos altisonantes, observatorios apuntando al cielo desde la geometría del mundo.
No le tema al rugido del león, él está ahí, abrigadito en su jaula, escribiendo su carta a otro. Rezonga, nomás. Siga de largo.
Pero retenga el aliento, grite, cante, escriba tórridos sonetos cuando la ciudad le presente el lugar venerado por su pueblo, mal que a ella le pese.
Un trajinado lugar de corazones como banderas.
El lugar de los márgenes, de la basura, de los lobos feroces, de los negros de mierda.
El lugar de todas las batallas perdidas, menos una.
La cancha de Gimnasia.

Wilson Molina

Es contradicción tu propio nombre,
Wilson Molina.
Vieja raza nuestra
explosiva infancia,
puro inca
que estalla en una Buenos Aires
desconocida.

Me inclino ante tu nombre,
Wilson Molina.
Hijo travieso de la tierra
que traspasó el infierno sin quedarse.
Ya no hay nada de pecado en tus locuras,
porque todas te salen mal.
Y así entrás, por caminos poco celestiales
al potrero de los ángeles de barrio
con tu aliento entrecortado y sin verdades.

Te hiciste atorrante
en calles poco propensas a lo incaico.
Entonces se encontraron,
-tenaz batalla-
la fuerza de Tupac
y la gomera,
la gloria del guerrero
y el afano,
el altar del sacrificio
y la puteada en un juego de bolitas,
el enigma de los quipus
y unas zapatillas agujereadas
pisando el charco fatal de la paliza.

¿Cómo contener tanta energía
en los suburbios del cartón y de la chapa?
Ya no hay Puertas del Sol
ni caminos a Dios entre la selva,
Wilson Molina.
Si es el inca que vuelve y no se halla
si es el río de la Plata que lo asfixia.

Es el gran Buenos Aires que no tiene
ni siquiera
la soberbia de antinguas chimeneas
-viejas armas contra la barbarie andina-

Por qué empujar a un niño
puro Bolivia
pura montaña y Potosí y tierra en llamas
al abismo de llanuras
de barro y poca plata
entre maestras que no saben lo que pasa
y buscan al culpable y lo señalan:
será Wilson Molina
(que no alcanza objetivos
Y colma la paciencia
de la pedagogía
subiéndose a los techos de la escuela.
Es el viejo Machu Pichu que te espera
y a tu generación
se le prohibió la cita).

Será equivocación
tu original manera
y salirte del abrazo
tus afectos
y escribir mal y poco
tu sabiduría.

Te quiero tanto que regreso hasta tu nombre
Wilson Molina,
viejo sueño
del imperio que despierta entre tus juegos.

Wilson que hace puntería
al centro de la pacha mama con bolitas
y al vuelo de su pueblo
con gomera.

Y le acierta (queda de señal un vidrio roto)
a la vida.

Berazategui, 1988.

COLONIA DE SACRAMENTO

Mariquita sale chillando como un fuego de su habitación. Grita sus caprichos pero los mayores no le entienden tanta queja entreverada. Cada vez que le sucede así se refugia en la levita de don Rafael, porque su abuelo tiene un oído lento que aquieta los gritos. Don Rafael la escucha, cómo no, si es ella.
Mariquita.
Que le dice, no la oigo pero lo sé, que yo me he puesto sus encajes, y que me ando pavoneando con su abanico. Y que me encontró en su habitación y que me quiso arrancar las motas pero yo le mordí.
El blanquísimo brazo.
Y le muestra mis marcas y me sonrío debajo del abanico. Claro que Mariquita no entiende por qué don Rafael, que la adora, no corre a castigarme. Ni siquiera a encerrarme en la piecita. Ni siquiera a mirarme con los ojos duros de quién manda en esta casa. Porque aquí el padre apenas si viene y la abuela apenas si murmulla. Pero él.
Ay, don Rafael. Usté sabe que yo sé.
Bien mirado el asunto es así: yo podría ser Mariquita pero soy su noche. Ella y yo catorce años.
Catorce años de casona de la Colonia, casi sin salir el fuerte. Las dos. Yo con mucho más soles en las piedras de la orilla, quemada sobre negro blanqueando sus enaguas. Juro que he visto Buenos Aires mientras lavaba sus faldas.
Yo Sacramento, como la colonia.
Y ella Mariquita, rosadas manos que no hacen nada.
Hijas de una casa que nos vio nacer al mismo tiempo, un verano incómodo para la familia.
Porque don Rafael sabía, y su señora esposa sabía, y su señora nuera, que Dios la tenga en su gloria, también sabía. Quién no lo sabía, hace catorce años. Que a don Rafael le nacía una nieta en la nochebuena y una hija en la navidad.
En la habitación que da a la calle, la nieta.
En la trastienda de la casona, la hija. Del vientre de Juramento, de la negra panza de piel tirante que don Rafael buscaba perdido de aburrimiento en las siestas sin guerra de la colonia. Y él no lo sabe, pero sospecha, que Juramento se lo ha contado a su niña mestiza.
Usté sospeche, don Rafael, que va por buen camino.
Y déjeme nomás que le use hoy los vestidos a la Mariquita, eso casi no es daño. Y déjeme reírme detrás del abanico, que Mariquita lo cansará de risas cuando ande mujereando.
Yo apenas esto. Sin miedo de usté.
Que sabe que soy lo que no puedo ser. Lo que apenas alcanza para menos golpes. Para algún permiso.
Ya habrá tiempo después para el otro miedo, ay el otro, que vendrá con los años.
Cuando nadie respete sus caprichos de viejo que se ablanda por una hija con motas.
Cuando usté ya no esté don Rafael.
Cuando Mariquita aún no sepa, ni le importe saber.
Y yo.
Y yo sea.
Una natural de la morenada de la Colonia del Sacramento junto al río.
La que jura haber visto Buenos Aires.
Haber sido la hija del señor.
Y todo para la risa de una ronda de negras que lavan en la orilla.

Colonia de Sacramento, 1989.