Despreocúpese de un olor a caño de escape que emana de las magnolias.
Desconozca grutas descoloridas, museos altisonantes, observatorios apuntando al cielo desde la geometría del mundo.
No le tema al rugido del león, él está ahí, abrigadito en su jaula, escribiendo su carta a otro. Rezonga, nomás. Siga de largo.
Pero retenga el aliento, grite, cante, escriba tórridos sonetos cuando la ciudad le presente el lugar venerado por su pueblo, mal que a ella le pese.
Un trajinado lugar de corazones como banderas.
El lugar de los márgenes, de la basura, de los lobos feroces, de los negros de mierda.
El lugar de todas las batallas perdidas, menos una.
La cancha de Gimnasia.
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