El viaje hacia nosotros comienza en Argentina. Mas precisamente en Iruya, donde se anda de a pie, a veces horas y horas para una visita o un
partido de fútbol en San Isidro o Higueras. Después del saludo, los silencios
son prolongados, pero la montaña está plena de vida. El ritmo lo imponen los
cultivos, el cuidado de ovejas y llamas. El pastoreo y el cultivo de altura nos
acompañará de aquí en más, durante toda la travesía andina. La inmensidad es
sobrecogedora. Al mismo tiempo, amable y protectora de los suyos. Pero hay que
"bajar" al mercado, y, quién sabe, a nuevas vidas. Se sueña con dejar
la montaña y estudiar, conocer, desplegar ansias.
En Bolivia, las eses se arrastran al final de cada palabra, y el español suena hermoso y extraño a la vez. Silencio aún más prolongado entre las palabras, pero no es incómodo. El aire es un bien preciado, así que no puede gastarse hablando lo que no se necesita. Entre los jóvenes, Spinetta, Charly, Fito, son ídolos inmensos, presentes, cercanos.
En el Perú andino, el español se pierde. Suenan otras lenguas, irreconocibles, pétreas. Lo que creíamos pasado nos dice "aquí estoy, aquí soy". En la costa, el español es castizo, verborrágico, de palabras precisas para definir cada cosa. Entre los jóvenes, ir a Argentina es un deseo alimentado por admiraciones. Otra vez Spinetta, Charly, Fito. Y el fútbol, claro.
En Bolivia, las eses se arrastran al final de cada palabra, y el español suena hermoso y extraño a la vez. Silencio aún más prolongado entre las palabras, pero no es incómodo. El aire es un bien preciado, así que no puede gastarse hablando lo que no se necesita. Entre los jóvenes, Spinetta, Charly, Fito, son ídolos inmensos, presentes, cercanos.
En el Perú andino, el español se pierde. Suenan otras lenguas, irreconocibles, pétreas. Lo que creíamos pasado nos dice "aquí estoy, aquí soy". En la costa, el español es castizo, verborrágico, de palabras precisas para definir cada cosa. Entre los jóvenes, ir a Argentina es un deseo alimentado por admiraciones. Otra vez Spinetta, Charly, Fito. Y el fútbol, claro.
En Ecuador, los Andes se multiplican en etnias, costumbres, trajes, comidas. Me quedo con esos varones de pelo largo y lacio, atado en cola de caballo bajo un sombrero negro de ala corta. Me quedo con las mujeres de Otavalo y sus faldas negras, largas, lisas. Los modistos franceses caerían rendidos a sus pies.
Se abren las puertas de Colombia. Verdes, inmensas. De Pasto a Cali se presenta esa otra raza nuestra, generosa de curvas. Un capitulo terrible de la historia trajo la africanía a estas costas, pero este sur la hizo propia. Cali se presenta en los vaivenes de sus mujeres y Quique celebra esta bendición con palabras que no voy a reproducir aquí. Antes del saludo, esa manera tan caribeña de sonreír. Frontal, mirando a los ojos. Allí el español es frutal y colorido, y los "raticos" y los "momenticos", los "llaneros", los "paisas" y los "rolos"; las "arepas" y los "ajiacos" le entregan a nuestro idioma un carnaval de palabras.
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