viernes, 22 de marzo de 2013

Elena


En el fondo de mi casa amanece 
un cielo gris sobre una ondulación de nieve
y una obediente fila de abedules.

Los miro a través de la reja de esas letras extrañas, 
paso mis manos por esa telaraña. 
Quiero tocar el rostro de Elena, pero se escapa. 
Aparece una chiquilla sobre un carro
tarareando una canción de despedida.

Apenas la alcanzo con las yemas de mis dedos. 
Me sonríe mientras se ata un pañuelo de rosas, 
antes de esfumarse entre los grises.

Corro para verla a través de otras ventanas. 
Un  soldado va cruzando un valle alpino 
para enamorar a las muchachas del Garda. 
Se va con su sonrisa y su silbido. Yo no soy su cometido.

Me cruza las entrañas un mar de europas y de américas, 
y mi casa es una cáscara de nuez en la tormenta.

En esta travesía, Hollywood me indica las medidas del amor y las siluetas. 
Los libros me cuentan cuáles son mis matemáticas.

Pero esta casa hierve de ventanas.

Me asomo al barro de una ensenada pobre y todo el Sur llega a la cita. 
Un domingo en Punta Lara, un almacén de aperos y alpargatas, 
unas casitas de chapa en el último furgón de las ciudades.

Ellos insisten. Me entregan un manojo de candados y sus seguridades.

Abro la puerta mientras duermen. Me subo al viento de un pibe que me lleva sin preguntas.

Encuentro a la muchacha y al soldado.

El rostro de Elena aún se me escapa.









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