sábado, 16 de marzo de 2013

Ucrania


Contra todo pronóstico, contra el miedo al cuco comunista que me quisieron meter y el alerta de que era un país pobre y sin caminos, me fui a Ucrania. 

Llegamos a Lviv, ciudad antigua, viva y ruidosa, en cuyo alrededor se asientan cientos de aldeas donde cada uno cuenta con un pedazo de tierra para cultivos de subsistencia.

Después de andar entre bosques, iglesias salidas de un cuento, nieve fresca y caminos embarrados por la última nieve, en la última de esas aldeas, en el fin del mundo o el origen del mundo, me esperaban en un viejo auto LADA parientes que se llenaron de emoción al vernos llegar a Gaston, el traductor, Cristina, mi compañera de viaje y a mi. Ellos nos guiaron hasta una casa de madera, de aljibe y cocina a leña, con establo de vacas yde caballos, donde me esperaba un primo, parientes que ya ni recuerdo, y Elena, la hermana de mi mamá, vestida de fiesta, de domingo, frente a un banquete que Sissi no ha comido nunca en su vida.

Nervios, llanto, abrazos, perdones, afectos dormidos, historias. Ya lo podre relatar.

-Salieron a relucir las fotos sepia, de un lado y del otro. Las que traía yo de Argentina, las que Elena guardaba. Más de la mitad eran las mismas.

Eugenio, su marido (los dos rondan los 82 años) lucía una campera tejida por... Sofía, mi mamá! Que se la había regalado mi abuelo en su viaje en 1973! No me lo dijo, esperaba que yo me diera cuenta. Dios me dio una mano, y al otro día me di cuenta y le valore enormemente el gesto. La campera está impecable.

Esa noche, Eugenio canto canciones de amor. En esa pieza del fin del mundo, rodeada de nieve y arados tirados a caballo, al calor de la leña, su voz me pareció dulcísima. Elena, jefa invisible de la familia, esperaba prudentemente pero con firmeza que terminara... queria hablar,  recordar, explicar.

Dormimos allí, en la mejor pieza de la casa. Dormir es una forma de decir.

Mañana en la cocina, ya sin ceremonias. Más fotos, más explicaciones, mientras se calentaba en las ollas el agua de nuestro aseo. Las mujeres jóvenes que cuidan a Elena comenzaban a preparar los varenikes del mediodía que Elena mandó a hacer en nuestro honor.

Momento de regalos: tapices en punto cruz, pañuelos para la cabeza que me enseñaron a poner (así no, me dijeron cuando  me lo puse yo misma). Cristina y yo sacamos de la valija los nuestros, además de todo lo que pudiera servir como regalo, pero nada alcanzaba, nada se comparaba con la belleza de lo que ellos nos daban.

Momento de encuentro: llamo mi primo Pablo de la Argentina, la saludó a Elena en su ucraniano aprendido de muy chico, se dijeron las palabras que esperaron tanto tiempo.

Viaje a Babie, el pueblo donde vivieron mi mamá y mis abuelos, desde donde partieron. El camino desde su "jata" a la aldea y luego a América, lo hicimos en sentido inverso. Recogí puñados de la tierra más hermosa del mundo.

En Babie encontramos a la familia de Ana, mi abuela. Más llantos, más fotos, más abrazos. Un hombre detuvo su utilitario para contarme que el trabajaba la tierra que había sido de un hermano de mi abuelo. Estaba en casa, digamos.

A la tarde viajamos a Luztk, ciudad del lugar, para que Elena y Sofia se saludaran por skype. Gabriela Bernazza cuido desde Argentina cada detalle técnico. Elena otra vez vestida para dominguear. No quiero saber lo que pasaba por la cabeza de esas dos mujeres. Para Elena, no se por qué, mi mama es "Eugenia", y nunca dejó de nombrarla así. Ellas se separaron cuando mi mamí tenia 3 años y Elena 6, pero hablaron como si se hubiesen dejado de ver el día anterior. 

A la conversacion se sumo Ignacio, el hijo de mi hermana, y los hijos de los parientes ucranianos. La cara de asombro de Ignacio por lo que estaba pasando esta todavía en mi retina. 

Cena familiar, otra vez las mejores galas. Más regalos. 

Desayuno familiar, antes de volver a Lviv. Elena quería a toda costa que llevaramos comida para el camino (pan casero, panceta, varenikes, vodka, compota), pero le explicaron que nos daban de comer en el avión. Con comida que debe pagarse en los vuelos de Iberia y varadas en Barajas, me pregunto por qué no le hicimos caso a Elena.

Al primo Romaniuk lo volvimos loco: yo le dejé plata para Elena, Elena le dio plata para mi.

Despedida. Todos sabíamos lo difícil un nuevo encuentro. Esa conciencia nos hizo optar por abrazos muy largos, que no necesitaban traductor.

Yo sigo viva porque esperaba este momento, me dijo Elena. En su porte orgulloso de bastón y rodete de abuela, está lúcida, viva, joven. Esa vitalidad la hace soñar otros encuentros. Espera a su hermana Eugenia. Quiere recibirnos en el verano. Quién sabe.

3 comentarios:

  1. Aqui estoy amiga, recordando, re encontrandome con ese maravilloso viaje, tan inesperado, tan poco planificado, tan profundo en emociones...

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