lunes, 25 de marzo de 2013

Sota, Caballo, Rey.























Ajena la mujer, reina o vasalla,
de la mesa de las espadas y los oros.

Sota, caballero, rey del juego, 

del vino,
de la mesa,
de la sombra abundante
a orillas del río pardo.

La edad media juega en un teatro de papel
mientras se enhebra en el escenario de los vivos 
un diálogo de irresponsables.


Una mirada de varón,
una risa de diosa en lo oculto,
un desfile de trucos 
alargando lo efímero.

Señores de la flor y la bravata. 

La dueña del templo los deja 
durante un infinito instante
vestirse de pajes, 
armarse jinetes, 
mandar como un rey.




sábado, 23 de marzo de 2013

Canción de amor

Quien guarda
Quien sabe
Quien atrapa
El tono exacto del amor.

Una voz vieja atravesando la nieve de la estepa
cantando un amor de hipocampos
a una mujer que ha envuelto en un pañuelo
-en ese preciso instante-
las fotos  que la cobijan.

Ese puede ser un tono exacto.

Tres mujeres que preparan
la receta secreta
de la harina, la grasa animal y las cebollas
para la familia que celebra
los lazos y las cicatrices.

Ese puede ser un tono exacto.

Un vino y un pan para el viajero. El abrazo de despedida. Los augurios.
El regreso a los brazos que esperan. Los relatos del viaje en todas sus versiones celebrando los amores cantados en la nieve.

Ese puede ser un tono. Un preciso instante para envolver en un pañuelo.
Una canción de amor.








viernes, 22 de marzo de 2013

Elena


En el fondo de mi casa amanece 
un cielo gris sobre una ondulación de nieve
y una obediente fila de abedules.

Los miro a través de la reja de esas letras extrañas, 
paso mis manos por esa telaraña. 
Quiero tocar el rostro de Elena, pero se escapa. 
Aparece una chiquilla sobre un carro
tarareando una canción de despedida.

Apenas la alcanzo con las yemas de mis dedos. 
Me sonríe mientras se ata un pañuelo de rosas, 
antes de esfumarse entre los grises.

Corro para verla a través de otras ventanas. 
Un  soldado va cruzando un valle alpino 
para enamorar a las muchachas del Garda. 
Se va con su sonrisa y su silbido. Yo no soy su cometido.

Me cruza las entrañas un mar de europas y de américas, 
y mi casa es una cáscara de nuez en la tormenta.

En esta travesía, Hollywood me indica las medidas del amor y las siluetas. 
Los libros me cuentan cuáles son mis matemáticas.

Pero esta casa hierve de ventanas.

Me asomo al barro de una ensenada pobre y todo el Sur llega a la cita. 
Un domingo en Punta Lara, un almacén de aperos y alpargatas, 
unas casitas de chapa en el último furgón de las ciudades.

Ellos insisten. Me entregan un manojo de candados y sus seguridades.

Abro la puerta mientras duermen. Me subo al viento de un pibe que me lleva sin preguntas.

Encuentro a la muchacha y al soldado.

El rostro de Elena aún se me escapa.









sábado, 16 de marzo de 2013

Ucrania


Contra todo pronóstico, contra el miedo al cuco comunista que me quisieron meter y el alerta de que era un país pobre y sin caminos, me fui a Ucrania. 

Llegamos a Lviv, ciudad antigua, viva y ruidosa, en cuyo alrededor se asientan cientos de aldeas donde cada uno cuenta con un pedazo de tierra para cultivos de subsistencia.

Después de andar entre bosques, iglesias salidas de un cuento, nieve fresca y caminos embarrados por la última nieve, en la última de esas aldeas, en el fin del mundo o el origen del mundo, me esperaban en un viejo auto LADA parientes que se llenaron de emoción al vernos llegar a Gaston, el traductor, Cristina, mi compañera de viaje y a mi. Ellos nos guiaron hasta una casa de madera, de aljibe y cocina a leña, con establo de vacas yde caballos, donde me esperaba un primo, parientes que ya ni recuerdo, y Elena, la hermana de mi mamá, vestida de fiesta, de domingo, frente a un banquete que Sissi no ha comido nunca en su vida.

Nervios, llanto, abrazos, perdones, afectos dormidos, historias. Ya lo podre relatar.

-Salieron a relucir las fotos sepia, de un lado y del otro. Las que traía yo de Argentina, las que Elena guardaba. Más de la mitad eran las mismas.

Eugenio, su marido (los dos rondan los 82 años) lucía una campera tejida por... Sofía, mi mamá! Que se la había regalado mi abuelo en su viaje en 1973! No me lo dijo, esperaba que yo me diera cuenta. Dios me dio una mano, y al otro día me di cuenta y le valore enormemente el gesto. La campera está impecable.

Esa noche, Eugenio canto canciones de amor. En esa pieza del fin del mundo, rodeada de nieve y arados tirados a caballo, al calor de la leña, su voz me pareció dulcísima. Elena, jefa invisible de la familia, esperaba prudentemente pero con firmeza que terminara... queria hablar,  recordar, explicar.

Dormimos allí, en la mejor pieza de la casa. Dormir es una forma de decir.

Mañana en la cocina, ya sin ceremonias. Más fotos, más explicaciones, mientras se calentaba en las ollas el agua de nuestro aseo. Las mujeres jóvenes que cuidan a Elena comenzaban a preparar los varenikes del mediodía que Elena mandó a hacer en nuestro honor.

Momento de regalos: tapices en punto cruz, pañuelos para la cabeza que me enseñaron a poner (así no, me dijeron cuando  me lo puse yo misma). Cristina y yo sacamos de la valija los nuestros, además de todo lo que pudiera servir como regalo, pero nada alcanzaba, nada se comparaba con la belleza de lo que ellos nos daban.

Momento de encuentro: llamo mi primo Pablo de la Argentina, la saludó a Elena en su ucraniano aprendido de muy chico, se dijeron las palabras que esperaron tanto tiempo.

Viaje a Babie, el pueblo donde vivieron mi mamá y mis abuelos, desde donde partieron. El camino desde su "jata" a la aldea y luego a América, lo hicimos en sentido inverso. Recogí puñados de la tierra más hermosa del mundo.

En Babie encontramos a la familia de Ana, mi abuela. Más llantos, más fotos, más abrazos. Un hombre detuvo su utilitario para contarme que el trabajaba la tierra que había sido de un hermano de mi abuelo. Estaba en casa, digamos.

A la tarde viajamos a Luztk, ciudad del lugar, para que Elena y Sofia se saludaran por skype. Gabriela Bernazza cuido desde Argentina cada detalle técnico. Elena otra vez vestida para dominguear. No quiero saber lo que pasaba por la cabeza de esas dos mujeres. Para Elena, no se por qué, mi mama es "Eugenia", y nunca dejó de nombrarla así. Ellas se separaron cuando mi mamí tenia 3 años y Elena 6, pero hablaron como si se hubiesen dejado de ver el día anterior. 

A la conversacion se sumo Ignacio, el hijo de mi hermana, y los hijos de los parientes ucranianos. La cara de asombro de Ignacio por lo que estaba pasando esta todavía en mi retina. 

Cena familiar, otra vez las mejores galas. Más regalos. 

Desayuno familiar, antes de volver a Lviv. Elena quería a toda costa que llevaramos comida para el camino (pan casero, panceta, varenikes, vodka, compota), pero le explicaron que nos daban de comer en el avión. Con comida que debe pagarse en los vuelos de Iberia y varadas en Barajas, me pregunto por qué no le hicimos caso a Elena.

Al primo Romaniuk lo volvimos loco: yo le dejé plata para Elena, Elena le dio plata para mi.

Despedida. Todos sabíamos lo difícil un nuevo encuentro. Esa conciencia nos hizo optar por abrazos muy largos, que no necesitaban traductor.

Yo sigo viva porque esperaba este momento, me dijo Elena. En su porte orgulloso de bastón y rodete de abuela, está lúcida, viva, joven. Esa vitalidad la hace soñar otros encuentros. Espera a su hermana Eugenia. Quiere recibirnos en el verano. Quién sabe.

Hungría


Furias. Galopes. Tribus. Caballos.  Tiendas. Alas. La larga travesía termina. Para ser Europa, habrá que pedir permiso a los papas. Concedido. San Esteban los domestica a orillas del Danubio.

Reyes, blasones, condes, duques, espadas, turcos, guerras, gritos. La furia que no cesa.

Los gitanos no dudaron: esta es nuestra gente.

Austria los quiere más mansos. Alemania más obedientes. Rusia más disciplinados. Estados Unidos más capitalistas.

Nadie los entiende, nadie los puede.

Ellos, como única respuesta, despliegan Budapest.



domingo, 10 de marzo de 2013

Enamorarse en Praga




De los duendes, del puente.
De las pompas de jabón y un chico corriendo a recogerlas.

Del relojero que pensó un mecanismo para que yo pudiera escuchar la campanada exacta.

De lo negro, de los magos, del agua de las alcantarillas.

De una historia de promesas, de lo mojado, de una turba de cancilleres y princesas.

Del dios de la cruz, de sus seguidores, de los checos,
de los celtas, de una falta de sonrisas que nos dice
que hemos llegado al frío y a lo duro.

De las reclinaciones, de los nidos cubiertos de nieve, vacíos.

De los bosques, de un silencio de tumbas, de las huellas en lo blanco.

De tus palabras llegando desde el fondo de la geografía, amándome en Praga.










sábado, 27 de octubre de 2012

Cintas de Moebius


Eran dos mujeres viejas, hechas a la soledad, que mataban el tiempo que les sobraba en miles de minutos, conversando acerca de las vicisitudes por las que pasaban dos mujeres viejas, hechas a la soledad, que mataban el tiempo conversando acerca de dos mujeres viejas.

Era una adolescente con aires de rebeldía, que había pensado asesinar a sus padres, para así poder ser una adolescente libre, rebelde, audaz, que pudiera asesinar sin pudor a sus padres, y así vivir una vida soñada, libre, rebelde, sin ataduras, que le permitiera matar a sus padres.

Escribí una carta al juez, relatándole mi decisión póstuma de escribirle una carta, que contuviera todos los detalles de mi férrea decisión de escribirle una carta.

Cuando el profesor de historia hizo girar velozmente el globo terráqueo, pensó en todos los profesores de historia que giraban en ese momento impulsados por el globo terráqueo mientras impulsaban sus globos terráqueos conteniendo profesores de historia.

El pintor decidió pintar su atelier, y aunque estaba preocupado porque no lograba el perfil exacto al autorretratarse dentro de la composición, se tranquilizó pensando que aquel pintor de la tela tampoco lograría los trazos perfectos al autorretratarse en el cuadro que enfrentaba, donde delineaba su atelier.

El viejo se lamentaba por su vida perdida, por el alcohol que lo consumía.
Al final de la última copa, lo esperaba su propia enferma imagen, y decidió beber, para olvidar que bebía, que se enfermaba, que se consumía.
Al final de la última copa, decidió morir.
Y bebió serenamente, para olvidar que moría.
Lo avergonzó su propia muerte, y bebió para olvidarla.

Se enamoró apasionadamente, y enloqueció. En sus delirios, recordó que alguna vez se había enamorado, y enloqueció pensando que ese amor era pasado, por lo que decidió volver a enamorarse. Se enamoró apasionadamente, y enloqueció.


                                                                                                      Hudson, agosto de1992